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AUTOR EDGAR MORA CUELLAR - ACEVEDUNO... !
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ANTES DEL CINE (A Luis Mosquera Gutiérrez)


9.2.08

60 aniversario del matrimonio González Vargas

Olegario González Cotacio y su esposa Mary Vargas Motta en la Celebración del 6O aniversario del matrimonio

Fotografía de sus padres tomada en Julio de 2007 y enviada por su autor Carlos H. González Vargas, quien comenta que ellos viven en Neiva porque la salud de Don Olegario se a deteriorado sensiblemente...

"...mantenemos viva la nostalgia por Acevedo y no hay reunión en que no aprovechemos para recontar historias y reírnos de anécdotas (por trilladas que esten). En mi caso creo que no pasa un día sin que no tenga un pensamiento para Acevedo. ...me da gusto saludar a todos los paisanos que acceden a este blog."

Cordial saludo Carlos H. González

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Crónica Urbana

Dos mujeres, dos maestras, una historia.

Angélica Vargas de Salas, "amor a la infancia"

En la primera fila del Teatro Pigoanza, esperando escuchar su nombre para subir a recibir la exaltación, la educadora Angélica está más viva que nunca. Emocionada hasta el último hueso, y disfrutando de unas deliciosas uvas que le ha llevado su hijo Reynel, afirma que lo más importante de ser maestra es el amor a la juventud, a los niños, “por eso me entregué de lleno a la educación durante 38 años”.

Vocación que heredó de su progenitora y que se concretó cuando estudiaba su secundaria en el Liceo Femenino Santa Librada y era su maestra Tulia Rosa Espinosa.

“Yo quería seguir mi bachillerato, pero mi padre me dijo: ‘hija, yo no puedo costearle una carrera’ y me propuso ir a la Normal de Gigante. Yo acepté y mi hermano Gilberto Vargas Motta me apoyó y pagó la pensión, pues no pude conseguir una beca”, cuenta.

Al graduarse, su primer año de trabajo, el período rural, le tocó viajar a Peñas Blancas. Luego fue trasladada al municipio de Acevedo, donde para viajar a algunas escuelas tenía que hacerlo en caballo, y una vez sufrió un accidente al caerse del animal cuando iba junto a su hijo Reynel.

“Me dio miedo esta experiencia, por lo tanto solicité nombramiento para la escuela de San Martín que lleva el nombre de mi mamá Susana Motta en Suaza, pero allí tenían en marcha la pedagogía de Escuela Nueva y yo no conocía ese manera de enseñanza”, recuerda la noble educadora.

Pero esta situación no fue excusa ni impedimento para su compromiso con la educación, y doña Angélica, como en sus años juveniles, adelantó todos los cursos y capacitaciones que se dictaron en los municipios de Altamira, Guadalupe, Rivera, Palermo, entre otras localidades.

“Me encantó la Escuela Nueva, por ser tan diferente a la tradicional, ya que los niños estaban más atentos a las clases, gracias a la música, a las salidas pedagógicas, ir a las casas, visitas a las familias, lo cual volvió a los menores más colaboradores con cada una de las tareas que emprendíamos”, dice feliz.

A su mente y a sus palabras llegan todos los que han sido sus alumnos y alumnas, “pues los recuerdo con cariño y amor especial, y pido mucho por aquellos que murieron”.

Con similar afecto habla de Tulia Rosa Espinosa, su directora en el Santa Librada, “ya que ella era muy amable, sobre todo que tanto a las niñas pobres como a las ricas nos trataba igual, con respeto, sin importar su condición económica”.

Angélica contrajo matrimonio, hace 60 años, con el neivano Luis Guillermo Salas Medina en Acevedo, unión de la cual germinaron 8 hijos, el mayor al primer año de casada y de nombre Edgar, al segundo año nació Reynel, “luego hubo un descanso de siete años y después sí se vienen una cantidad de muchachitos: Albert, Nidia, Guillermo, Susana, Angela Maritza y Norma Constanza”.

Sus progenitores son fundamentales para Angélica, por ello recuerda momentos claves. Por ejemplo, su padre, oriundo de Neiva, llegó en 1921 a Acevedo a trabajar. Se enamoró de la maestra Susana Motta y se quedó. “En aquella época cada mes tenía que viajar a la capital a entregar cuentas como empleado público y contaba que lo más duro en Acevedo era poderse tomar su cafecito y entonces llevaba café desde Neiva y allá se lo tostaban, preparaban y adicionalmente él llevaba otro kilo para regalarlo a la gente. De esta manera llevó la semilla, y recuerdo que cuando yo tenía unos siete años, él organizó la Fiesta del Café para un 20 de julio. Recorrimos las dos callecitas de Acevedo, él llevando la bandera, cantando el himno nacional y con el acompañamiento de la banda de Pueblo Viejo”, recuerda con una sonrisa en sus rostro la maestra Angélica.

Agrega que “luego de dar la vuelta a Acevedo, nos tenían frente a la casa nuestra una mesita. Mi hermana y yo estábamos vestidas de rojo con una franja café, entre verde y rojo, realmente lindas lucíamos y mi mamá nos compuso estos versitos para que los recitáramos:

‘Café tomemos, tomemos señores,
para que olvidemos penas y dolores.
Oh rica bebida del cielo bajada,
Sin ti nuestra vida sería muy pesada.
El rico te toma, el pobre también,
Pues la sabia aroma les place muy bien.
El bonito y el feo, el grande y el pequeño,
También los veo tomar con empeño’.

Esas experiencias hacen que a los nuevos educadores les deje el mensaje que “ante todo el amor a los niños, y que nos los vayan a discriminar, porque sean pobres, vivan lejos, no. Todos los niños y niñas deben recibir amor y ser tratados de forma igual”.

Mary Vargas de González, ‘calidez humana’


Al lado de Angélica, igualmente en primera fila y con similar emoción contenida en el corazón está su hermana Mary, también entregada a la labor educativa como un apostolado y que le merecía el alto reconocimiento que estaba a punto de recibir.


Para ella, la importancia de ser maestra está en primer lugar, haber seguido la profesión que su progenitora les infundió, “pues ella fue la profesora de todo el pueblo de Acevedo. Ella deseaba mucho que nosotras fuéramos educadoras. En ese tiempo, recordemos que a las niñas no nos daban mucho estudio, pues creían que no era importante ni necesario, pues las mujeres se casaban y tenían que dedicarse a parir, criar y cuidar a los hijos”.


Sin embargo, en la familia Vargas Motta había otro pensamiento, otra visión, ‘otro criterio’, cuenta Mary al señalar que “mi papá y mi mamá deseaban que todos sus hijos estudiaran, especialmente nosotras y así sirviéramos de algo, por lo cual bregaron y nos permitieron culminar nuestra profesión docente en la Normal de Gigante y así iniciar nuestras carreras como maestras”.


Doña Mary estuvo 36 años trabajando en el magisterio huilense, en particular en la Escuela Urbana de Acevedo, aunque hubo un tiempo donde se desempeñó en la Escuela de Niñas, también de ese municipio.


“Toda la vida laboral la cumplí en mi patria chica y me siento muy satisfecha de la tarea cumplida, pues para mi lo más hermoso es ver el reconocimiento que tengo ahora de todo Acevedo, ya que a cada momento me encuentro en las calles con doctores, profesionales y personas en general, quienes me demuestran su cariño, aprecio, amor, gratitud y agradecimiento por la manera en la cual les enseñé en sus primeros años”, anota la educadora.


Agrega que su mejor consejo para las nuevas generaciones de maestros, ella misma es madre de varios, es que “den amor a los niños y niñas, quiéralos a todos por igual, que no existan diferencias en el tratamiento a los alumnos, y cumplan con su deber en todo momento, sean honrados, no pierdan tiempo en paros y huelgas que sólo afectan a los menores, quienes son los que pierden importantes clases y espacio para aprender”.


Y lo anterior lo aprendió de su esposo, Olegario González, quien una vez que ella llegó a la casa ‘feliz’ porque no había clases pues se declaró un paro nacional, le dijo: “vieja, sino va a trabajar, entonces no puede cobrar esos días, porque tiene que ser uno honrado, y eso es robarle al Departamento, de ahí que yo nunca participé de ninguna huelga”.


Junto a Olegario González Cotacio, oriundo también de Acevedo y definido como un hombre muy diligente y dirigente, capaz, que desempeñó muchos cargos a favor de la ciudadanía, Mary tuvo 11 hijos: Blanca, la mayor y quien trabaja en los Estados Unidos; Héctor Fabio, vive en Cali; Mary, abogada, residente en Medellín; Jorge Iván, odontólogo, en Armenia; Olegario, médico; Nury, jefe de enfermeras en el Hospital de Garzón; Deicy, profesora en Girardot; Laly, estudió Hotelería y Turismo, Rubén Darío, maestro en Bogotá; Luz del Mar, profesora en Bogotá; Carlos Hernán, el menor es ingeniero civil que trabaja con Cemex.


El reconocimiento ‘Tulia Rosa Espinosa Celis’ la ha llenado completamente y en medio de la emoción afirma que no lo esperaba “pues lo hicimos con mucho amor, con mucho cariño, con todo el deseo de servirle al pueblo, por lo cual agradezco esta exaltación y me pongo muy contenta, adicionalmente, pues veo que es obra de Ramiro Falla, secretario de Educación Municipal, hijo de Barbarita, un gran mujer y compañera de mi hermana Angélica y mía”.


A propósito de Angélica, anota que siempre se comprendieron y apoyaron en todas las actividades, desarrollando una gran amistad y trabajando juntas bajo el mismo precepto de calidad y calidez humana al servicio de la educación de los huilenses.



2 comentarios:

Unknown dijo...

Aunque doña Angelica y doña Mary no fueron mis profesores, si lo fueron de mis hermanas,todo el pueblo de Acevedo les conoce como familias de gran Tradicion, a ellas mis respeto y gran admiracion por tan adnegado apostolado que ejercieron en la educacion de casi todo el pueblo. Desde Ciudad de Panama, un saludo y un abrazo a ambas familias de quienes tengo gravados en mi alma, hermosos recuerdos de mi niñez. A don Luis Salas , quien como Portero del teatro en la epoca , nos dejaba entrar a Cine cuando la pelicula ya habia comenzado, claro eramos colados, no teniamos dinero para pagar la boleta. Vimos muchas peliculas gratis gracias a su generosidad. Cualquier homenaje que se le haga a doña Mary y Angelica, son poco para tan valiosa labor que hicieron el ambito de la educacion escolar.

Mil felicidades a ellas, a don Luis y a sus hijos. Un abrazo. Luis Humberto Ortiz Losada.

Edgar Mora Cuéllar dijo...

Señor Luis Humberto Ortiz Losada, gracias por su interés en visitar este blog y el comentario.